A la caza del oro líquido
Publicado por Antonio Villarreal (Jot Down)
Baños de la Encina, visto desde el mar de olivos
“Entonces conducen a Ulises a un lugar resguardado, como
había ordenado Nausicaa, la hija del magnánimo Alcino; ponen junto a él
vestidos, una túnica, un manto, le dan una esencia líquida encerrada en un
frasco de oro, y le invitan a sumergirse en la corriente del río”.
La Odisea. Canto VI.
Parte I
Primera hora de la mañana de un domingo de principios de
febrero de 2012. Aparece la cuadrilla de jornaleros bajando la cuesta. Son
jóvenes de la zona, no hay extranjeros. 12 personas más el capataz, José Francisco,
dispuestos para apurar uno de los últimos días de cosecha del año. La
infantería va equipada con dos vareadores de gancho STIHL, que enganchan en las
ramas gruesas del olivo. El motor —de potencia similar al de una
motosierra—comienza a emitir sacudidas y durante unos segundos el árbol
temblequea con violencia. El parpadeo que provoca la luz del sol en el plateado
envés de las hojas se acelera a espasmos. Las aceitunas caen. Por detrás
aparecen varias cabezas de rastrillo que meten en capazos de goma una nube
rojiza de polvo con aceitunas, piedras, tierra y hojas. Más allá, la pala del
tractor aguarda los portes.
La recolección de este año ha sido cómoda porque no ha
llovido en todo el invierno, se espera que el producto sea bueno. “La calidad
se consigue recogiendo la aceituna muy pronto, no tan retrasada como
habitualmente, y cogiéndola del árbol”, comenta el capataz. “Cuando llueve, la
aceituna cae al suelo, hay barro mezclado con todo tipo de productos y con eso
no hay forma de sacar aceite bueno”.
Pero no todo son buenas noticias. José Francisco repite un
mantra de los olivareros: “Si en invierno no llueve, al año siguiente no hay
cosecha”. 2013, auguraba el capataz, “será catastrófico”.
Subiendo la cuesta hasta el pueblo de Baños de la Encina, en
la falda de Sierra Morena, se divisa con estupor la realidad. En mitad de la
llanura, un delgado ciprés destaca como un rascacielos entre miles y miles de
olivos achaparrados en kilómetros a la redonda.
Con 570.822 hectáreas de cultivo, los olivares ocupan el 83%
de la superficie agrícola de la provincia de Jaén y casi un 45% de su
superficie terrestre. Más de 66 millones de ejemplares del mismo árbol. La
metáfora “mar de olivos” es empleada a menudo para describir el paisaje, pero
despierta una falsa noción de uniformidad. Es necesario acercarse un poco más
para ver las pistas que los propios árboles revelan.
Hay que fijarse en si el tronco del olivo está rodeado o no
de tubos de riego. “El olivar era tradicionalmente de secano, si llovía bien y
si no, pues te aguantabas. Pero ahora es todo con riego moderno, por goteo”,
explica Juan Manuel Matés, catedrático en Historia de la Economía en la
Universidad de Jaén y autor de varios trabajos sobre la economía del olivar.
Cuando España se adhirió a la Comunidad Económica Europea,
en 1986, los olivos ya eran un cultivo mayoritario en la provincia de Jaén, si
bien solo ocupaban un 65% de las tierras cultivables.
“Antes también había mucho cereal. Por ejemplo, en la zona
de Jódar se producía mucho esparto”, dice Matés, que achaca esta expansión del
olivar a factores como “la emigración, que los otros cultivos eran poco
rentables o todo el tema de la PAC” —la Política Agraria Común de la UE, que
cuenta con unos 100.000 beneficiarios en la provincia—. “El cereal no ha
desaparecido, pero se ha reducido mucho, en parte porque no puede competir con
los cereales que vienen de fuera. Es una cuestión de oferta y demanda. Al final
la gente ve que es más efectivo plantar olivo, es un cultivo más seguro y que
se ha revalorizado mucho en estos años”.
Un ejemplo de la magnitud de las inversiones enfocadas a la
producción de aceite de oliva es que, en 1986, solo el 11% del olivar en Jaén
era de regadío frente a un 89% de secano. 20 años después, la superficie regada
había crecido de 52.000 a 183.000 hectáreas. En 2008, en Jaén se regaba ya uno
de cada tres olivos, lo que, dice Matés, ha provocado que sean “muy frecuentes
las tomas ilegales de agua para regar de ríos, pozos o acuíferos”.
Aceitunas maduras recién llegadas a la almazara.
Basándose en la tendencia de la última década, las
proyecciones de la Unión Europea sobre el mercado del aceite de oliva,
publicadas en julio, estiman que para 2020 habrán desaparecido unas 20.000
hectáreas de olivar de secano. Pero estas estimaciones quizá no tienen en
cuenta algo crucial, el probable recorte de las subvenciones europeas al
olivar, fijado el 31 de diciembre de 2013, fecha en que concluye la actual PAC.
Según los expertos consultados, sin ese vital suplemento económico, solo el
olivar modernizado y capaz de ser rentable sobrevivirá. Matés ofrece otra
posible salida para el olivar tradicional, ser adquiridos por las grandes
empresas olivareras para practicar un cultivo intensivo.
España cuenta hoy con unas 700.000 hectáreas de olivar de regadío
y 1.800.000 hectáreas de secano —donde se encuadra el olivar tradicional—. Pese
a la notable diferencia de superficie, en 2011, el 52% del aceite de oliva
producido en el país procedía del olivar de regadío, según datos de la UE que
también indican que, en 2004, el regadío solo aportaba el 33% del aceite.
“Desde luego, el olivar de monte o con una cierta pendiente
está abocado a desaparecer. Ojalá no arranquen los olivos porque tienen un
papel importantísimo en sujetar suelos”, dice Joaquín Muñoz-Cobo, catedrático
de Zoología de Vertebrados en la Universidad de Jaén y olivarero. “Esos
olivares de llanura, viejos y con unos troncos preciosos, también tienen el
hacha encima. Dentro de nada, por desgracia, veremos cómo los arrancan para
hacer plantaciones en seco de un olivar bastante productivo por hectárea y con
una recolección muy barata”, dice el catedrático.